Musicando ♪

Musicando ♪ 

Un poeta en Sarría


Nº 2 Caracas / panterasonora@gmail.com
Hanneke Wagenaar

Alto, flaco, de cabello cano y sonrisa grande, Jack es uno de los últimos poetas beat, de origen ruso-judío, hermoso quijote nacido en el Bronx de Nueva York, por allá en 1933 antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial. Hizo de reportero, fue académico, pero lo más interesante, execrado de la UCLA, donde trabajaba como profesor en los tiempos de Vietnam. La razón, reprobaba a los estudiantes para que se quedaran en elcampus y no fueran arrastrados a combatir. Jack ahora tiene más de treinta años viviendo en San Francisco, aunque parte de su vida transcurre también en la vieja Inglaterra.
Como el loro de Florentino Ariza, maneja un baúl lleno de idiomas; con los que ha traducido a una incontable cantidad de poetas, contando entre sus trabajos publicados más de un centenar de libros de poesía o ensayos. Activista innato, trabajó con el Partido Comunista de los Trabajadores, la Unión de Escritores de Izquierda, la Brigada Cultural Roque Dalton, la Brigada Cultural Jacques Roumain, la Liga de Revolucionarios para una Nueva América (LRNA) y para la revista Left Curve.
Jack, como ocurre a menudo, no sólo es poeta, también se expresa a través de la pintura y otras formas de arte visual. Creativo y por ende curioso, es como va a parar un día a estas calles de Sarría.
Como escribió alguien en el San Francisco Chronicle: “Tierno pero crudo, con fusta de acero en guante de terciopelo”, así llegó a Guaicaipuro y se sumergió en la parte baja de la quebrada del Carmen, esa, que baja silenciosa en su embaulado de concreto, por debajo de las casas a duras penas, construidas en “El Hueco”, entre el callejón Trujillo y la calle Mérida.
Jack Hirschman acudió ese día a un sonoro y potente ensayo de jazz. En un espacio escasísimo se reunían siete músicos, además de él y la poeta Jagali Allison, también de Estados Unidos. Recostado de la pared sin frisar, Jack gozaba de la sesión, ojos cerrados, manos marcando el swing de la improvisación.
Un bombillo desnudo alumbra el lugar, transcurre el mediodía del sábado, la puerta metálica abierta. De una de las puertas vecinas sale un tipo, con los brazos en jarro y las manos apoyadas de la cintura, sin camisa y malhumorado, solicita que se calle la música porque no puede ver la novela. Nadie lo oye, nadie lo ve, se cierra la puerta, la del ensayo, quedando una pequeña ventana abierta para que circule un poco el aire. A los quince minutos se escucha plomo, el tipo salió con el “yerro” en la diestra echando dos tiros. No funcionó su táctica de amedrentamiento. La música se prolongó hasta que quiso, contándole su historia a las paredes, a los techos, a los perros y a los gatos de la vecindad urbana, alborotando hasta las aguas de la quebrada silente.
Al finalizar la intensa e intestina sesión, poetas y músicos se dedicaron una comida en la taguara de la esquina, el tipo del yerro no se escuchó más nunca y Jack escribió un poema que meses después retumbó en Medellín:

Cacri en Caracas
Entre paredes sin frisar del céntrico Guaicaipuro
en el bululú de la barriada de Sarría
bajo la sombra
de los altos edificios caraqueños,

¡Cacri jazz!
jazz mestizo, eso, significa cacri:
callejeros criollos que andan de pipote en pipote, rebuscándose.
así se llaman: Pablo,
José, Irvin, Max, Lenín, los dos Armandos, Dario y Chucho…
esta banda de bandidos en un cuarto en el que justamente
caben ellos y sus atronadores instrumentos
proponiendo y floreciendo de
un éxtasis de bocas y manos de tumbadora
guitarras agitadoras y un bajo pulsado por truenos.

El angosto pasaje tiene afuera su oreja pegada a la puerta.

Los tipos swinguean, para Jalagi Allison y para mí, estadounidenses,
ellos sobre sus pies, nosotros agachados en el suelo,
todos en casa, en un mundo sin techos
en carrera hacia y desde el punto en donde
todo contacto, y armonía, y sonido vertiginoso
empieza.

¡Ellos comienzan y arrancan! ¡Nosotros arrancamos y tú también Hugo!
En una lluvia de gatos y cacris,
¡Apenas si hay lugar, y tanto espacio!
Apenas si hay comida, y tanto sabor funky
en las pailas del timbal
aliño en los saxofones.

La gente unida por el sonido,
por ritmos de esperanza,
de lo Pitagórico a lo Coltreiniano,
a la forma libre de la poesía Bolivariana
¡Nunca será vencida!

¡Cacri! ¡Cacri! ¡Cacri! ¡Cacri!
qué mezcla, qué desparpajo de maestría
¡cuánto aliento para alimentar la tripa del dulce corazón de la pobreza!i

 Este poema de Jack Hirschman, fue escrito a raíz de un ensayo de Cacri Jazz en casa de Margot, en el “hueco”, Guaicaipuro y leído por el poeta en un festival de poesía en Medellín, Colombia. La traducción es de Hanneke Wagenaar autorizada por el poeta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entrada destacada

José Gregorio Hernández