Altos
de Pipe, 19 de octubre de 2016.- Vanessa Ortiz Piñango
vortiz@ivic.gob.ve
Un antiguo proverbio chino afirma
que si usas al oponente para derrotarlo, siempre serás poderoso. Si este adagio
se aplica a una enfermedad como la malaria, entonces pudiera decirse que para
controlar la infección sería necesario conocer a los culpables: parásitos del
género Plasmodium.
Esa es la propuesta de un reciente
estudio, con el cual se busca evaluar los cambios experimentados por dicho
microorganismo cuando es expuesto a diferentes compuestos inhibidores de la
malaria. “La idea es determinar qué le sucede al parásito y ubicar el sitio
exacto donde actúa una droga específica”, explicó la bióloga del Instituto
Venezolano de Investigaciones Científicas (Ivic) y coautora del trabajo, Liseth
Garibaldi.
Alrededor de 30 antimaláricos fueron
donados recientemente al Laboratorio de Inmunoparasitología del Centro de
Microbiología y Biología Celular del Ivic por la Fundación Medicines for
Malaria Venture. En una primera etapa, se probarán 10 de esos fármacos, tanto
en modelos murinos (ratones) como en cultivos celulares in vitro de la
especie P. falciparum.
De acuerdo con la Organización
Mundial de la Salud (OMS), P. falciparum
es uno de los más peligrosos para el ser humano: prevalece en el continente
africano y causa la mayoría de las defunciones en el mundo.
El segundo en la lista negra de la
OMS es P. vivax, responsable de la malaria en gran parte de los países
fuera del África subsahariana y es la especie prevalente en Venezuela. Aunque
no es la más mortífera, “ha presentado resistencia a los medicamentos
existentes, por lo que el paciente puede recibir el tratamiento pero no mejora
o lo hace en un tiempo mayor”, aclaró Garibaldi.
Ataque bien pensado
La malaria o paludismo se contrae
cuando mosquitos hembra infectados del género Anopheles, pican a la
persona y le transmiten el parásito al torrente sanguíneo. Según la OMS, la
intensidad de la enfermedad depende de cuatro factores: parásito, vector, huésped
y ambiente.
“Conociendo mejor la biología del
parásito es posible inhibir su crecimiento. En estos momentos estamos en la
fase de precisar cuáles compuestos se pueden suministrar y en menor dosis”,
indicó la estudiante de la Maestría en Microbiología del Ivic, Liseth
Garibaldi.
El antimalárico no solo debe mostrar
la capacidad de impedir el desarrollo del parásito, sino que debe ser inocuo
para el resto de las células. Es decir, de resultar efectivo contra la
patología, debe encontrarse la concentración justa a la cual elimina al
parásito sin perjudicar al huésped (en este caso, al animal de laboratorio) y
en qué momento del desarrollo del parásito comienza a afectarlo.
Después de investigar los efectos de
ese grupo de compuestos sobre el comportamiento de P. falciparum, se
obtendrá una imagen amplificada del proceso empleando las técnicas de
microscopía de fluorescencia y microscopía electrónica convencional.
Los estudios se llevarán a cabo en
el Laboratorio de Inmunoparasitología y en la Unidad de Microscopía Electrónica
del Centro de Química del Ivic, a la cual está adscrita Garibaldi; para ello,
se utilizará un microscopio electrónico de transmisión con fines biológicos.
“Con esa caracterización podremos observar qué está haciendo la droga y dónde exactamente
está actuando”, aseguró.
Radiografiando al enemigo
Garibaldi explicó que el parásito
causante de la malaria tiene un ciclo de vida bastante complejo. De hecho, en
los últimos años se ha descubierto que las medicinas indicadas para controlar
la enfermedad ya no funcionan como antes. “Por razones evolutivas, ha
seleccionado cepas resistentes asociadas a mutaciones que, en algunos casos, le
confiere al parásito la capacidad de sintetizar y exportar compuestos
importantes por rutas alternativas”, informó la experta.
Las formas parasitarias que inyecta
el mosquito cuando pica al hombre se denominan esporozoítos; estos viajan hacia
el hígado y se transforman en
merozoítos, es decir, las formas del parásito que infectan los glóbulos
rojos y en los cuales se producen los síntomas, como fiebre, dolor de cabeza,
escalofríos y vómitos.
Es en el glóbulo rojo donde los
merozoítos se alojan, diferencian y crean las condiciones para sobrevivir. La
bióloga del Ivic, Liseth Garibaldi, precisó que esas formas parasitarias
modifican al glóbulo rojo para adaptarlo a sus necesidades.
¿De qué manera lo hacen? Induciendo
la incorporación y exportación de compuestos, a pesar de que el glóbulo rojo
carece de tráfico intracelular y extracelular. Adicionalmente, lo deforman;
deja de tener la apariencia de un saco liso de hemoglobina para convertirse en
un bulto irregular y vasto.
“Cómo ingresa en el glóbulo rojo y
se desarrolla en él, qué le hace falta para crecer, qué incorpora o exporta y
por qué; si ingresa un compuesto saber qué tiene de especial, utilizar esa ruta
para incorporar algún análogo tóxico y ver qué ocurre con el parásito; toda
esta información es útil para combatirlo”, afirmó.
En el glóbulo rojo también se
desarrollan formas sexuales del parásito con igual relevancia clínica. “Si un
mosquito no infectado pica a alguien que sí lo está, se reactiva el ciclo
reproductivo del parásito dentro del insecto, representando una nueva
oportunidad para contagiar a otras personas”, aseguró Garibaldi.
La meta del proyecto del Ivic es, en
definitiva, hallar nuevos compuestos con actividad antimalárica que sean más
eficientes al momento de reducir la propagación de la infección, disminuir la
resistencia a drogas, evitar que los parásitos generen resistencia y mejorar la
calidad de vida del paciente.
Únicamente en el 2015, se
registraron 214 millones de casos de malaria en el mundo, de los cuales 438.000
tuvieron un final trágico. Cualquier indicio de debilidad en P. falciparum que
permita bajar esas cifras de la OMS, serán de gran ayuda en las batallas
venideras contra la malaria.
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