Hace un tiempo, cuando el bachaqueo no era la tragedia que es hoy (Letra Desatada. Delincuencia Criolla. 28/09/14, diario Ciudad CCS) y los bachacos eran zulianos y solo cargaban pimpinas de gasolina para Colombia y unos kilos de harina de maíz, alguien pensó que era lucha de clases. Mucho ha sucedido desde aquellos días de septiembre. El andamiaje de la “libre empresa bachaquera”, que en realidad es amor desmedido por el dinero, contaminó todo el país. Gente armada o desarmada, con uniforme o sin uniforme, con carnet o sin carnet se metió en el “negocio”. Todas y todos (a pesar de que los dinosaurios de la Real Academia Española digan que “todas” no existimos) de alguna forma terminamos, sin querer, en esa vorágine de ilegalidad. Las denuncias de impunidad se multiplican. Ahí donde el Gobierno intenta proteger al pueblo, ahí llega la corrupción. Ahí donde los alimentos subsidiados escasean, llega el brazo del corrupto.
Algunos efectivos de la Guardia Nacional, de la Policía Nacional Bolivariana, funcionarios públicos, integrantes de los consejos comunales, cajeras y cajeros de abastos y farmacias y comerciantes especuladores, forman parte de un andamiaje de corrupción que hace que no importe quien esté al Frente de la Superintendencia de Precios Justos, ni quien sea el ministro de Alimentación ni a cuánto se cotice el dólar paralelo. Eso no importa porque el kilo de azúcar cuesta tres mil quinientos bolos en el Mercado Mayor de Coche y en El Junquito, una panela de papelón ronda ese precio. No hay explicación lógica. La especulación y la vagabundería se enquistaron en todos los niveles de comercialización. Si una caja de polvo para endulzar llega a los cien mil bolívares ya no se trata de multiplicar un dólar por mil, se trata de algo mucho más inasible: el sálvese quien pueda.
Desde la dirigencia de oposición acusan al Gobierno de la corrupción. Lo cierto es que va más allá. El “cuanto hay pa’ eso”, la “viveza criolla”, el “a mí que me pongan donde hay”, aquel “los adecos son buenos porque roban ellos pero también dejan robar”, y las diversas formas de corrupción de los comerciantes privados (acaparamiento, especulación, usura, estafa) de la Cuarta República han vuelto sin necesidad de que la derecha tome el poder. La mayoría del pueblo ve aquello y se resiste, no sucumbe a la tentación del dinero fácil porque afecta al pana, al vecino, al compañero.
Las instituciones del Estado han sido rebasadas en su capacidad de dar respuesta a la cantidad de pillos que hay en todos los ámbitos, sean públicos y privados. La necesidad de que se refuerce el poder del pueblo para acabar con ese pillaje tomó forma en los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap) que en una primera instancia ha frenado a la estructura corrupta de la “libre empresa bachaquera”. Ahora más que nunca se comprueba que el enemigo común es el capitalismo que pudre almas, que corroe principios. Es el poder del dinero, el capitalismo. Solo el socialismo puede salvar al mundo, solo con el socialismo tendremos Patria, dijo Chávez. Lo creemos. Sigamos.
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